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Metro: Last Light

Metro: Last Light - nuevas impresiones

Es cosa rara esto de re-visitar un apocalipsis.

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Pero aun así, Last Light nos vuelve a tirar en el fango del laberíntico sistema de metro ruso. El mundo de ahí arriba sigue siendo un infierno azotado por la lluvia en el que bestias mutantes se arrastran entre ciudades arrasadas y otras surcan el cielo con sus enormes alas. Bajo tierra siguen quedando los (desgraciados) últimos supervivientes, agarrándose a la poca humanidad que pueden arañar juntos, agrupándose en los microcosmos de la sociedad en cada estación de metro.

Por raro que parezca, es la familiaridad lo que resulta reconfortante, si bien no menos abrasiva. Cualquiera que luchara contra mutantes y soldados en Metro 2033 sabe lo que le espera: algo que también conocen de sobra los responsables del juego. Queda la sensación, incluso solo con el par de horas que hemos pasado de caminata por la Rusia radioactiva, de que 4A Games está probando nuevas ideas para establecer el pavor.

Metro: Last Light

Todo lo vivimos a través de los ojos y oídos de Artyom, una vez más. La munición sigue siendo escasa y una mercancía de gran valor en el mercado, las máscaras de gas todavía hay que ajustarlas bien a la cara cuando se entra en zonas con el aire sin filtrar. Seguimos viendo estaciones de metro abarrotadas, grupos viajando entre poblados improvisados con los ojos temerosos y las armas a mano.

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Una de las novedades recoloca el centro de atención: de enfrentarse a horrores mutantes a presentar los igual de terribles actos entre humanos. La seña de identidad de las historias post-apocalípticas también se ve aquí recreada. Un cruel comandante (con evidente predilección por el estilo hitleriano, mostacho incluido), dirige una estación de metro y decide, junto a su ejército local, que la forma de avanzar es mediante la expansión hostil y agresiva. Por eso prepara la invasión de todas las otras estaciones, quedándose sus recursos y el control absoluto.

La última demo del juego comienza con nosotros viajando hacia la superficie. Visualmente, el juego todavía resulta impactante: las tormentas y la lluvia entre los momentos de luz del sol oscurecen el retorcido paisaje. Es un conjunto muy efectivo. El HUD a modo de máscara antigás se empaña, las telas de araña atravesadas se quedan pegadas. Tocando un botón se limpia la guarrería acumulada con la mano. El sonido apagado de la pesada respiración se ve enfatizado gracias al headset que llevamos durante la partida, potenciando la inmersión.

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Nos topamos con un avión estrellado, y entrando en su cabina se activa un 'flashback' hasta el día del bombardeo, visto desde los ojos de los pilotos del vuelo cuando pierden el control y se estampan contra la ciudad. La causa de esta visión es sobrenatural (y probablemente presenciemos más antes del final del juego), pero la escena es perturbadora por sí misma, y de hecho espanta bastante más que la cabina repleta de cadáveres que contemplamos al entrar. Después del Metro original y de otros tantos juegos, a lo mejor ya somos inmunes a las montañas de muertos bajo nuestros pies.

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La familiaridad mencionada hace que sorprendan o preocupen poco las mutaciones. Pero el instrumento narrativo (las criaturas arrojándose desde las ruinas de las viviendas) es efectiva, y el más que probable aumento de munición para la demo resta parte del miedo que unos bichos tan agobiantes deberían provocar. Pasamos arrasando, cambiando de tipo de munición por curiosidad más que por necesidades del combate.

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Al llegar a la siguiente estación de metro somos capturados y machacados. Y tropezando con la misma piedra que todos los villanos conocidos, el maléfico plan se explica en extenso monólogo del malo... y poco después, cómo no, Arytom consigue escapar.

Una vez más, es otra mecánica de presentación que funciona realmente bien, pues tenemos que escurrirnos hasta huir de la estación fortificada. Sin embargo, la tensión se viene a bajo cuando queda patente que los guardias no son para tanto.

El sistema de sigilo está montado sobre una barra en pantalla que marca cuánto te oculta la oscuridad, pero por el momento el juego es tan generoso con ese parámetro que te deja pasar fácilmente. Rodeamos a los guardias bastante rápido, y todo lo que no fuera plantarse directamente delante de sus narices o efectuar un disparo servía para pasar desapercibido. Las hemos pasado canutas calculando la conciencia espacial de los malos y sus campos de visión en otros juegos de sigilo en primera persona. En comparación, Last Light está chupado.

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El diseño del metro provoca una inevitable linealidad en el avance del juego. Las zonas civiles de las estaciones son pasillos muy poblados, obligándote a seguir una especie de visita guiada al andar por una ruta marcada. En las estaciones externas estás confinado en líneas de tren que te llevan directamente a la siguiente parada.

4A Games lo está intentando con todas sus ganas, con diversas salas de servicio laterales y depósitos de trenes como paradas opcionales a explorar en tu viaje. Considerando la necesidad de rebuscar y saquear para obtener suministros, la exploración también es obligatoria; una buena razón jugable para evitar que los jugadores vayan directos al grano.

La historia quemada a fuego lento y la munición escasa no combinan en una experiencia rimbombante y palomitera, lo que sumado al breve tiempo de prueba del que dispusimos, hace que Metro: Last Light pierda la fuerza de los horrores en los que pretende sumergirte. Un juego que necesita el tiempo (y auriculares) adecuado para comprenderlo y apreciarlo por completo.¡ Que llegue ya la versión review!

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