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Animal Crossing: New Leaf

Animal Crossing: New Leaf - impresiones

Volvemos por fin al pueblo de Animal Crossing, ahora en 3D y en calidad de alcaldes. Aunque la visita fue breve, prendió un pequeño fuego en nuestros corazones.

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Cuando estudiaba en la universidad, mis compañeros y yo llamábamos al profesor de español "el hombre sin verano". La razón era simple: el profesor pasaba los meses lectivos (de octubre a junio) en Italia, y el resto del año en Argentina. Como el invierno en el hemisferio sur comienza en junio, nuestro profesor no había visto el verano en veinte años.

Recuerdo esta anécdota porque viví una situación similar en Animal Crossing: Let's Go to the City. Por algún motivo, sólo jugaba de noche. Como el juego sigue las horas del día en base a la hora real, mi personaje era un noctámbulo, las tiendas estaban siempre cerradas y lo pasaba bastante mal. Al final me vi obligado a poner la consola los fines de semana, al menos para hacer unos cuantos recados del todo necesarios.

Con ese ritmo pasaron meses hasta que pude mejorar mi casa, años para tener una ciudad decente. Todos los días me encargaba de las malas hierbas, regaba las plantas y sus flores y, aprovechando el crepúsculo, salía en busca de fantasmas y secretos. Animal Crossing es, tal vez, el juego que se relaciona con mis ritmos biológicos más que cualquier otro, y del que más recuerdos conservo. Aquella noche entera que pasé escuchando las canciones de Totakeke, cuando un habitante se fue tres meses de viaje, el momento en el que apareció un molino de viento... guardo estas memorias como momentos importantes en mi vida de jugador de videojuegos. Y es increíble, teniendo en cuenta lo insignificante de los sucesos desde el punto de vista de las acciones del jugador.

Animal Crossing: New Leaf
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Con estos recuerdos en mente me acerqué a probar por primera vez Animal Crossing: New Leaf, el cuarto juego de la serie y su estreno en Nintendo 3DS. Reconozco que me apropié de una nueva ranura de guardado para empezar la aventura desde el principio. A pesar de sólo contar con veinte minutos para jugar, me apetecía saber qué ocurre a mi llegada a la ciudad, para ver si podía despertar las mismas emociones que antaño.

Como de costumbre, el autobús me dejó en una ciudad generada al azar, pero pude escoger el mapa antes de empezar. La carta topográfica me mostró un entorno muy familiar: una ciudad costera, con un poco de bosque, un río y un puente. Opté por comenzar mi breve aventura en una ciudad con el río muy al sur, con el fin de concentrar la mayoría de los hogares en la parte norte del mapa.

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Nada más bajar del bus llegó la primera sorpresa: una pequeña multitud se reunió a mi alrededor y me dio la bienvenida como nuevo alcalde. "Tiene que haber un error", pronuncié con humildad ante mis nuevos amigos de aspecto animalesco. Pero no era un error: un elefante violeta me invitó a continuación a ir al ayuntamiento para asistir a la primera sesión y, sobre todo, para encontrar un alojamiento.

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Aunque la aldea era un lugar idílico, la burocracia me llamó especialmente la atención; había que ir al otro lado del mapa, a lo largo del ferrocarril, para conseguir una hipoteca y comprar mi casa. Luego a la agencia inmobiliaria, confirmé la cuenta a pagar en los próximos meses de juego y me encontré con una tienda de campaña en medio del campo. Esta fue mi primera morada improvisada, y desde ahí comenzaría mi vida en el nuevo Animal Crossing.

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Dando un paseo por el pueblo recogí unas cuantas manzanas y visité a varios vecinos. Aquel día hacía un cielo limpio y radiante en Milán, de modo que mi ciudad también estaba soleada. Con una sonrisa, me puse a explorar algo más. El elefante tenía una casa que no estaba nada mal, decorada al estilo mexicano, con algún objeto que hacía referencia al universo Nintendo. Ahí me entró la envidia: no veo la hora en la que pueda empezar mi propia colección de artículos.

La tienda de ropa estaba todavía cerrada, pero la costurera estaba de gira por la ciudad y me puso al tanto de las novedades. En otra casa encontré un bloque de interrogación de Super Mario y, una vez más, me vi pensando dónde lo colocaría yo en mi casa.

Entonces me quedó claro: estaba completamente enganchado. Los objetos, la música, incluso ese "falso doblaje" de las voces que caracteriza a la serie consiguió reabrir rápidamente un hueco de mi corazón. Quiero llevar este juego encima, y lo quiero ya. Quiero reconstruir mi aldea, echar aunque sólo sean cinco minutos al día, para decir a mis vecinos "hola, ¿qué tal?"

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Es evidente que veinte minutos no son suficientes, y pronto me quedé sin tiempo y tuve que pasar la consola a un colega periodista, a regañadientes. Hablé con un representante de Nintendo, y le confesé mis ganas por jugar. A su vez admitió que también estaba totalmente cautivado. Incluso colegas menos interesados, los que juegan lo mínimo necesario "para sacar un texto", salieron con una sonrisa en la cara. Otro periodista llegó a cabrearse: quería salvar y continuar su ciudad, pero había sido 'reseteada'.

Animal Crossing es precisamente eso: se sincroniza hasta tal punto con tu corazón que no quieres dejarlo o desatenderlo. Te hace reír, llorar, enfadarte. Te hace sentir el odio y el amor, crea simpatías y antipatías. Animal Crossing es el juego que, de vez en cuando, echas de menos. Como un amigo lejano. Faltan menos de dos meses para la llegada de New Leaf. Nuestro corazón ya siente los días.

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Más de tres semanas intensísimas viviendo como el alcalde de un peculiar pueblo con el nombre de un plato de cerdo. Ha sido (está siendo) una experiencia extraordinaria.



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