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Super Smash Bros. Ultimate

Super Smash Bros. Ultimate - impresiones avanzadas

El crossover más ambicioso de la historia de los videojuegos sienta bases para convertirse en imprescindible en Nintendo Switch.

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La gran estrella de Nintendo en Los Ángeles por fin ha pisado suelo español. Super Smash
Bros. Ultimate se ha venido a nuestro territorio para concedernos la ocasión de conocer la última locura de Masahiro Sakurai. Ese culmen que homenajea a toda una saga y a las mayores leyendas de la historia del videojuego con un reparto de más de 65 luchadores, ese título de lucha que sobrevuela Nintendo Switch para lanzarse en picado el 7 de diciembre, ese juego de contrastes que sabe a nuevo y a viejo.

La de estar ante algo nuevo, pero a la vez antiguo, es la primera sensación que transmite cuando te pones a los mandos. La primera toma de contacto grita Super Smash Bros. for Wii U; pero esconde mucho más de lo que parece. Los contrastes, de hecho, son algo en lo que incidía la propia Nintendo pocos minutos antes de abrir la veda para probarlo. Smash es una mezcla entre lo simple y lo profundo, entre lo casual y lo competitivo y, ahora, entre lo familiar y lo novedoso.

El aroma a la versión anterior, al de casa cuando llevas tiempo fuera, está presente por estilo y por mecánicas, pero invita incluso a mirar más atrás, a los tiempos de Gamecube y sobre todo de Super Smash Bros. Melee. El ritmo se ha acelerado ligeramente para recordar a aquel juego que tan bien caló (y sigue calando) entre la escena competitiva, a la vez que se ha añadido más peso a los personajes y un barullo de modificaciones a todos y cada uno de ellos para traer ese contraste entre familiaridad y novedad a la hora de jugar.

Super Smash Bros. Ultimate
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Desde las esquivas aéreas hasta los combos, todo obliga a jugar de otra forma en Ultimate. Por ejemplo, aquí, que llevamos desde el último juego dominando al máximo a Sheik, nos hemos topado con que mantiene su velocidad, pero ha dejado de ser tan ligero y tampoco es capaz de encadenar golpes de esa endiablada forma con la que lo hacía en la anterior entrega. Hay pinceladas, retoques que se han hecho para romper esos tiers que los jugadores llevan años construyendo. El equilibrio y la paridad se han perseguido mucho, y se nota, consiguiendo incluso que la intocable Bayonetta haya tenido que bajar de su trono porque se ha topado con más de un talón de Aquiles en los combates que hemos podido librar.

Movesets cambiados para causar sensaciones nuevas a la par que habituales. Son muchos los matices que reconvierten a este juego y te dejan claro que se distancia más y más de sus predecesores con cada puñetazo, patada, zarpazo o espadazo que surca la pantalla. Desde el apartado visual, con una iluminación y un nivel de calidad bastante por encima de su predecesor, hasta la ejecución de determinados movimientos o el uso de algunos objetos han cambiado. Por mucho que se insista, todo es nuevo. ¡Hasta las bananas se usan de otra forma!

A pesar de ello, el esquema base y la esencia siguen estando ahí junto con el obsesivo amor por el detalle de Sakurai. Super Smash Bros. Ultimate no deja de ser un título con el que jugar con varios amigos y reíros mientras os encogéis de hombros por no saber cómo os han echado de la pantalla; de hecho perdimos la cuenta de las veces en las que el caos se apoderaba por completo de lo que sucedía en las partidas con varios jugadores. Explosiones, objetos volando de un lado a otro, elementos del escenario moviéndose y golpeando y, por supuesto, cuatro luchadores haciendo lo posible por sobrevivir y vencer echando a los demás a la estratosfera son la tónica habitual. Por momentos, en las partidas a 4, era casi imposible detenerse a observar qué sucedía, pero esa es la clase de locura y descontrol que se buscan cuando se reúnen a varios amigos para pelear aquí, lo que en cierto modo lo acercaría incluso a un party game, a la diversión sin pretensiones que tanto se persigue en Nintendo.

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Es una sensación que puede resultar molesta si se pretende algo más serio; pero que se suaviza con la otra cara de la moneda: el duelo en su forma más clásica, el 1 vs 1. En ese terreno es donde se comienzan a apreciar mucho más los cambios y las novedades de los nuevos personajes, porque esa plantilla que ronda los 70 rostros (por ahora), trae fichajes completamente nuevos: el ansiado Ridley y los coloridos Inkling. El primero es pura fuerza bruta, pero también agilidad. Su desempeño en los combates multitudinarios es bestial, y en el cara a cara tiene la capacidad de cubrir con solvencia cualquier flanco. Rápido, fuerte y con un juego válido por tierra, pero sobre todo por aire, su mayor punto en contra es un tamaño que lo convierte en blanco fácil; aunque es el mismo que le brinda esa fuerza bruta. Va a ser uno de los que seguir muy de cerca más adelante y, probablemente, uno de los que haya que revisar ante futuros cambios para equilibrar (algunos de sus ataques son demoledores).

Los Inkling, con ese aire jovial y alegre, mezclan a partes iguales peligro y versatilidad. Una versatilidad que además los convierte en los personajes más técnicos y complejos de todo el juego. Aprovechar su pintura para bajar la defensa del rival, controlarla para poder ejecutar los especiales y recargarla para mantener siempre todo el moveset son tres elementos únicos e inexistentes en cualquier otro luchador. El reflejo de esa obsesión de Sakurai por mantener la esencia de cada juego del que proviene cada combatiente, como también la forma de colocar en plantilla a alguien solo apto para quienes decidan centrarse en él e invertir muchas horas. Dominarlos no va a ser tarea fácil, pero sí satisfactoria.

El resto del reparto daría para un análisis en profundidad, porque todos han sufrido cambios. Los más notables, como el nuevo Link o Ganondorf (con espada, por fin), traen movimientos diferentes y un rediseño que cambia las estrategias a la hora de usarlos y combatirlos. Los menos evidentes a primera vista, como puedan ser Mario o Samus, no han pasado por el quirófano, pero sí tienen retoques suficientes para adaptarse al nuevo ritmo, o más bien para evolucionar como ha hecho el resto del juego.

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Lo que no cambia, eso sí, es el puro placer del fan de cruzar en un mismo escenario a Solid Snake, los Ice Climbers, Mega Man y Ness. Son solo una pequeña parcela de todo lo que hay en el roster, pero ilustran a la perfección esa constante afirmación de Nintendo de que estamos ante el crossover más ambicioso de los videojuegos. Desde luego, nos lo creemos.

Si hay algo con lo que nos quedamos tras haber pasado unas pocas horas con Smash Bros. Ultimate, es con la sensación de que nos queda muchísimo por aprender de él. Esa vuelta de tuerca a la velocidad y ese peso que mencionábamos se reflejan muchísimo en la ejecución de los movimientos. En algunos momentos, transmite la sensación de que los personajes son algo más torpes y su respuesta, aunque buena, da paso a unos movimientos más toscos, lo que recuerda aún más a los tiempos de Melee (por si las esquivas aéreas con desplazamiento no eran suficientes). No obstante, la rapidez de los ataques, el cambio en la aceleración y el frenesí que lo envuelve a todo evocan la sensación de estar ante algo completamente diferente.

Es más espectacular, más directo y mucho más ambicioso. Es cierto que todavía hay mucho por ver, muchos modos por desvelar y seguramente más personajes por encontrar, pero estos primeros puñetazos que nos hemos llevado son de los que te gustan y te retan, de los que te hacen querer volver a entrenar duro para arrasar con el próximo rival. Quedan muchos meses por delante pero, si logran añadir más modalidades y aspectos interesantes (¿quizá el retorno del Emisario Subespacial?), vamos a tener el mejor Smash en mucho tiempo y otro imprescindible del catálogo de Switch. A nivel visual y jugable ya es sensacional, ahora queda darle empaque.

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