Análisis de Anarchy Reigns

¿Qué demonios quiere ser en realidad Anarchy Reigns? ¿Y por qué sale ahora, tantos meses después del lanzamiento original en Japón? La traducción de esos diálogos rudos y directos no puede ser la causa... principalmente porque ni la han realizado. Además, el juego nos deja más preguntas que diversión. Demasiado mal...

El objetivo de este título de Platinum Games es: aporrea, esquiva, usa objetos. Probablemente sea lo bastante tontorrón. Está claro que esto es algo que Diablo III no hace taaaan diferente, pero siempre es capaz de capturar a millones de jugadores en su experiencia. Es poco o nada probable que Anarchy Reigns consiga lo mismo.

Quien acabe eventualmente jugando a la campaña se comenzará a hacer todas esas preguntas. Por desgracia, no siempre será ese tipo de expectación eufórica ante unos personajes (a primera vista) bien diseñados. Después de las primeras misiones de la primera fase queda claro. Es un juego sin sentido. Un número eterno de enemigos corre hacia nosotros. No hay signos de estrategia o de inteligencia artificial. Cada dos por tres damos con un jefe rival que es más grande y parece más fuerte, pero igual de estúpido a la hora de actuar. Con una combinación de esquivas y golpes derribarás cualquier cosa o personaje que se cruce en tu camino.

La campaña ofrece una opción de ir por la luz o por la oscuridad. Podemos llevar a Jack Cayman (sí, el implacable protagonista de la joya Mad World) o comenzar con Leo Victorion. La confusa historia se cuenta de una forma algo diferente, pero que no la hace mejor o más inteligible. La caza y captura del extravagante agente especial Max no es para nada una obra maestra de la narrativa nipona. Al principio no sabes de qué va todo esto. Después te preguntas qué narices ha pasado. Los personajes tienen tanta profundidad como un charco en el desierto del Sahara. En pleno verano.

Pero siendo justos, la historia no debería ser lo más importante de un juego así. Los ataques se realizan con dos botones, con los pies en la tierra o desde el aire. Podemos sacar rápidamente la motosierra para realizar ataques especiales, lanzar a los rivales por ahí o bloquear sus golpes. Por suerte, también se pueden aprovechar las camionetas o las pilas de neumáticos que hay alrededor (ambas con la misma facilidad) y lanzarlas contra los enemigos que nos atacan desde unos decorados elaborados con poco gusto o amor. Los gráficos son muy pobres, en ocasiones crispados y desteñidos. El diseño de niveles es muy raro, fragmentado y no sigue ninguna lógica. Si bien aparecen muchos efectos especiales, tampoco resultan espectaculares y casi siempre molestan más que incitan. Hasta los jefes están copiados y se repiten en diferentes colores. Hasta el calamar gigante tiene dos grandes apariciones/actuaciones.

Hay misiones de la campaña que juegas para acumular puntos de experiencia. Cada una de las cuatro fases presenta misiones de la historia completamente libres y algunas tareas fijas. Como la jugabilidad es siempre igual, aburre a las primeras de cambio. Y mejor apagar esa terrible música, pero eso hará que escuches los insípidos efectos sonoros, que también deberías apagar. Oh, y lo mismo para las voces.

Cuando se pelean, las animaciones de los personajes olvidan el espectáculo, una pena cuando cuentas con unas escenas de corte tan bien hechas. Aun así, las estropean unas ridículas conversaciones entre dos personajes en cuyas estáticas cabezas sólo mueven un poco los labios. Como cabría esperar, esos movimientos rara vez encajan con lo que están diciendo.

Pero tampoco la campaña es lo más importante, podríamos pensar. El multijugador nos debería volver locos. Existen un puñado de modalidades de juego para compartir a tortas con otros jugadores: solo, por parejas, tríos y hasta 16 participantes en el 'Maximum Chaos'. Algunos modos demuestran un gran potencial. Por ejemplo, cuando esta absurda melé se descontrola y todo el mundo recibe jarabe de palo. Pero estas partidas siguen con lo que ha ido definiendo la campaña: combates agitados en escenarios bastante feos sin ton ni son.

Cuando dieciséis jugadores coinciden en las arenas, todo se convierte rápidamente en un lío demasiado confuso, tanto a nivel visual como de juego. Los mejores combos, sin duda uno de los puntos fuertes del juego cuando estás solo, se hacen casi imposibles con más de cuatro participantes en una misma pelea. Siempre hay alguien que te agarra o golpea y te lo estropea. Esto no está nada equilibrado y te saca de tus casillas. El sistema de niveles sube hasta el 50 en cada personaje, pero porque quieras llenarlo, pues no ofrece un objetivo real. Pensar en un original multijugador de peleas online debería ser suficiente para probar este juego, pero no plantea argumentos suficientes.

Anarchy Reigns es al final una experiencia crispada y nerviosa, como el prólogo descartado de Metal Gear Rising: Revengeance. No es que el concepto de juego tenga errores, sino que no sabe destacar en nada. Incluso quitando esos gráficos tan feos, todo el proyecto sigue oliendo mal, como un producto de desecho firmado por los autores de títulos tan brillantes como Vanquish. Quizás exageraron un poco a la hora de reutilizar y explotar sus propias ideas. Bueno, al menos solo cuesta 29 euros. Eso es poco en comparación, pero sigue dejando la sensación de que podría haber sido aceptable como juego descargable por la mitad de esa cifra. Y aun así no habría jugado más o lo habría valorado mejor. No lo salva ni la aparición estelar de la sensual bruja Bayonetta como invitada al caos.