Análisis de Gorogoa

En los últimos años un aspecto que me ha fascinado especialmente en varios juegos y que me parece increíblemente complicado de diseñar es la sensación de revelación. De descubrimiento más allá de la solución de un puzle, la superación de una prueba de habilidad o la llegada de un punto crucial en una historia. Cómo se puede preparar esa manifestación en una experiencia interactiva es algo que me intriga, y cuando siento que una partida a un videojuego se puede asimilar a una epifanía, no puedo evitar irme a la cama aún con el vello erizado y darle vueltas durante días.

Para mí -y seguro que para muchos- el máximo exponente de este tipo de diseño es la obra maestra The Witness, pero hay un juego más reciente y sencillo, que ha pasado bastante más desapercibido y que, a su manera, tiene muchas cosas en común. Se lama Gorogoa, y es una pena que saliera muy a finales del año pasado, porque se merecía toda la atención y haber entrado en muchos premios de Juego del Año.

El trabajo que Jason Roberts ha estado concibiendo prácticamente solo durante todo un lustro se estrenó en PC, en dispositivos móviles con versiones iOS y Android (donde se siente especialmente cómodo por el uso de la pantalla táctil) y también se convirtió a Nintendo Switch en una adaptación híbrida que ofrece lo mejor de ambos formatos de juego. Este año ha llegado además a PS4 y Xbox One, y quien no tenga la máquina de Nintendo debe saber que también se disfruta perfectamente en estas consolas en pantalla grande. Por otro lado, los estrenos consoleros han hecho que el boca a oreja sobre esta maravillosa experiencia se expandiera y mantuviera en el tiempo.

Gorogoa es, indivisiblemente y sin orden concreto, un puzle, una fábula y una obra de arte, y en estas tres facetas se presenta muy original y personal, como cabe esperar de una obra de autor.

Como juego de puzles, la dinámica se basa en manipular hasta cuatro viñetas o paneles en una disposición cuadrada. El objetivo suele implicar que dos paneles hagan contacto en uno de sus lados para que se borren sus bordes e interactúen entre sí, y para resolver el rompecabezas hay que hacer zoom o alejar la vista, arrastrar marcos que dejan siluetas por rellenar o reubicar las viñetas en una de las cuatro posiciones para deslizar el lienzo que queda por detrás. Roberts nos explicaba en la entrevista más abajo que la inspiración no es tanto en los cómics, sino en el dominó y los naipes sobre un tapete.

Hay más acciones y la complejidad avanza naturalmente con el transcurso de la partida (sobre las 3-4 horas de juego en total), introduciendo elementos en movimiento, diferencias de escala y percepción, o añadiendo más y más capas. El vídeo que acompaña a estas líneas sirve para hacerse una idea muy clara, y aunque parezca complicado de entender con palabras, la mecánica es finalmente sencilla y fluida, y el proceso de prueba-error deja paso a una tarea de observación y escrutinio bastante gratificante.

La técnica narrativa de Gorogoa, absolutamente visual y sin rastro de texto, asume el riesgo de toda obra que busca esos momentos de revelación personal que mencionábamos al principio. Es confusa, por supuesto; libre de interpretación en muchas sugerencias, evidentemente; y así puede resultar vacía, inexplicable o sin sentido para muchos jugadores. Pero también tiene una estructura clara, un hilo conductor y una temática dividida.

Al minuto de juego puede quedar bien claro que Gorogoa va de la búsqueda eterna de Dios, del contacto divino y del sentido de la vida. Pero este concepto, y los elementos asociados -que aquí aparecen pintados con un simbolismo a veces muy definido y otras bastante libre- puede tener mil y un significados para cada usuario, y ahí puede residir la clave emocional de toda la partida.

El personaje principal se pasa toda la vida buscando respuestas, reuniendo en su cuenco los cinco frutos que podrían llevarle a la comprensión definitiva, o al menos al conocimiento suficiente para sentirse realizado y en paz. Cada fruta es a la vez un color, un tema y un capítulo, marcando así las cinco secciones de la partida. El caminar del personaje a través de las viñetas, de las edades y de los sucesos del mundo es el progreso del relato, y seguro que en ese camino, en algunas de las posibles revelaciones preparadas, muchos de vosotros, como yo, os identificaréis y os emocionaréis irremediablemente. Esto, sin importar cómo hayáis entendido personalmente esa búsqueda desde el principio, y esa es la magia de Gorogoa.

El dibujo de Gorogoa, mezcla entre el estilo de las ilustraciones típicas de los cuentos clásicos y un asombroso trabajo de geometrías, mandalas y arquitecturas, va cambiando en tono con las paletas y temáticas que marca cada fruta (no diremos aquí cuáles son), y sabe aportar contraste y énfasis en la historia o en los puzles cuando hace falta. A veces es difícil discernir los elementos interactivos (por eso pulsando un botón los verás, y puede que hayan cambiado con algún evento), aunque se puede decir que esa difuminación va ligada a la del argumento.

Pero, decíamos, estas tres características centrales de Gorogoa son indivisibles y no cambian su orden ni prioridad, pues funcionan en una bellísima comunión y crecen juntas en su expresividad y creatividad, con los rompecabezas exprimiendo el ingenio, la fantasía entrando en el terreno dramático y las ilustraciones alcanzando el clímax hacia el final.

Jason Roberts se pasó cinco años pintando a mano, diseñando su funcionamiento y programando Gorogoa, y pese a su breve recorrido (lo que recomienda comprar la versión consolas en rebajas), es uno de los puzles más originales y una de las experiencias más especiales de la década. Y aunque no llegues a sentir revelación alguna en sus pasajes más intencionados, cualquier amante de los puzles, del arte y de las ideas diferentes debe tenerlo en su colección.