La ballena (The Whale)

La ballena no tiene nada de sutil. Este título es el último trabajo de uno de los autores en activo más destacados del mundo del cine. Dependiendo de cómo se mire la historia, puede resultar tanto repugnante como intrigante. Por supuesto, no es algo nuevo viniendo de Aronofsky, cuyas películas anteriores son hitos muy conocidos. Pocos directores tienen la misma capacidad para despertar emociones y enganchar de esa manera. Madre, Cisne negro, El luchador y Réquiem por un sueño son películas increíblemente pálidas y emocionalmente impactantes que transmiten sus historias a través de una perspectiva de melodrama surrealista. La ballena, en cambio, es mucho más realista y sentimental, pero también desoladora en el relato de su personaje principal Charlie.

En los que perfectamente podrían ser sus últimos días de vida, conocemos a Charlie, un hombre con sobrepeso grave lleno de autocompasión y dolor. No solo por la situación en la que se ha metido, sino también por los muchos acontecimientos que han provocado todo esto. Es un hombre que perdió su vida por la adicción y la amargura, con una hija que ya no puede soportarlo ni cuidar de él. Charlie vive una vida cotidiana angustiosa y sin esperanzas en la que parece haber aceptado su destino tras el suicidio de su pareja. Pero la vida es una caja de sorpresas, especialmente en los peores momentos. Un misionero cristiano que estaba de paso casi le salva la vida, además de la visita inesperada de su hija Ellie, es el comienzo de algo parecido a una redención. Una segunda y última oportunidad para Charlie.

El tema del drama de personajes complejos es algo que resulta familiar a quienes hayan seguido la carrera de Darren Aronofsky. Cada individuo se define por sus problemas, ya sean físicos o psicológicos, y Aronofsky siempre brilla con su precisa percepción de los rasgos autodestructivos de la personalidad. Charlie, interpretado a la perfección por Brendan Fraser, le da al personaje un retrato sumamente matizado, sin ningún atisbo de sensacionalismo. Más que nada, La ballena trata de la adicción humana y de las prisiones que las personas se construyen a sí mismas en diferentes aspectos. Es una producción muy honesta y despojada en la que los ambientes oscuros y opresiva que la rodean se convierten en un reflejo de la salud mental de los personajes, en especial de Charlie.

Es sorprendente la manera en que la actuación inesperadamente cálida y polifacética de Fraser lleva a La ballena de la brillantez a lo excepcional, además de que la figura sobredimensionada de Charlie se erige como uno de los personajes más inolvidables del año. Pero Fraser no está solo en La ballena, tanto Sadie Sink (que interpreta a su hija) como Samantha Mortons (que interpreta a su exmujer alcohólica) también se roban la escena con sus papeles, dando un contraste y una proximidad muy necesarios. El parecido de Sink con Fraser también lo favorece, sobre todo en la forma en la que los actores transmiten emociones a través de sus ojos, que son tan parecidos que da miedo. Es un reparto increíblemente bien pensado que permite a Sink demostrar lo que vale.

Como espectador, empatizar o no con Charlie es algo muy personal. La ballena no es una película que uno elegiría voluntariamente para verla. Como en muchas otras obras de Aronofsky, la experiencia es claramente difícil e incómoda y nos desafía a mirar más allá de nuestras ideas. Es una película esperanzadora nacida en los lugares más oscuros, un estudio de la condición humana en todas sus formas y un viaje devastadoramente conmovedor que deja una profunda huella, aunque no necesariamente positiva.