Crítica de Tokyo Override (Netflix)

100 años en el futuro, la zona oeste de Tokio es una utopía. 100% automatizada, libre de todo crimen, magníficamente bella, caracterizada por décadas de prosperidad y un estado policial totalitario que vigila mediante herramientas inteligentemente implementadas en cada pequeño componente de cada pequeña parte de la ciudad, a todos los residentes. Aquí vive la huérfana Kai, que de día trabaja en seguridad de Internet, pero de noche actúa como una elegante hacker capaz de descifrar el supercódigo gubernamental más impenetrable para acceder a información que simplifique, derribe muros y convierta las cosas en su propio beneficio.

Sin embargo, Kai se mete en problemas cuando, por encargo de una adolescente rica y mimada, viaja al distrito este de Tokio, a los barrios bajos, para comprar un puñado de la nueva droga que ha paralizado partes de la capital de Japón, es atrapada por la policía antidroga de Tokio, piratea el reloj personal del líder de una de las bandas de moteros de la ciudad y es doblemente perseguida por los delincuentes y por la policía. Kai está simplemente en la mierda, no puede volver a casa y debe unirse así a los moteros Hugo, Spoke y Watari para descubrir, lenta pero de forma segura, un complot del gobierno contra los habitantes de la ciudad que incluye el contrabando y el asesinato de huérfanos.

Sobre el papel, Tokyo Override suena oscuro. La premisa es oscura, en sí misma. Los temas de la exclusión, la opresión, la lealtad, la pertenencia y la revuelta no son nuevos en el género del manga, más bien forman parte de todo el género en sí, y Netflix ha mezclado aquí ingredientes frescos de Akira, Ghost in the Shell y Big Hero 6. Porque aunque la sinopsis suene temáticamente oscura sobre el papel, el tono de Tokyo Override está, por desgracia, lejos de ser tan oscuro como debería. Al contrario, hay aquí una brillante ligereza que, en mi opinión, no hace justicia a la historia básica. Tiene mucho de programa infantil, y me refiero más a Bluey que a Arcane. El guionista de Cowboy Bebop, Dai Satō, ha optado por no profundizar en la opresión de Tokio, la corrupción del gobierno, los antecedentes de Kai o las personalidades de la banda de moteros, lo que hace que los seis episodios que componen la primera temporada sean un poco... superficiales.

En términos narrativos, Tokyo Override nunca despega. A menudo se vuelve monótona y depende demasiado de las secuencias de persecución en moto, en las que se toma la misma curva con la misma cuerda de motos Honda 600 veces antes de que nuestros antihéroes lleguen al destino previsto. Sin embargo, tiene un estilo increíble, que da la sensación de haber sido el objetivo del equipo de producción de Netflix durante los tres años que tardaron en completar los 169 minutos de la serie. Se nota que han visto Arcane una o dos veces y Spider-Man: Into the Spider-Verse varias veces, y me encanta cómo estas dos producciones abrieron principalmente las puertas a un tipo de animación 3D diferente del que Pixar, Fox y Disney han estado haciendo durante los últimos 30 años. Las texturas pintadas a mano sobre modelos 3D generados por ordenador son tan fantásticamente deliciosas y los largos tramos de Tokyo Override son tan inquietantemente bellos. Al final, el nuevo anime de Netflix está bien, pero nada más. Aquí hay muchas superficies (superelegantes), pero no mucha sustancia.