Unos de mis primeros títulos en PC fue el primer Fallout, de Black Isle Studios. Quizá por mi corta edad entonces, o porque por entonces no dominaba tanto el lenguaje del RPG como 26 años después, aquel primer acercamiento jugable no fue especial para mí, pero sí que puso una primera piedra en la construcción de mi amor por la ciencia ficción. El mundo postapocalíptico retrofuturista cayó con la fuerza de mil megatones en mi joven cerebro, y muchos años después puedo afirmar que la serie de juegos (ahora ya en manos de Bethesda) es una de mis favoritas como jugador. Por eso estaba seguro de que no iba a ponérselo nada fácil a Kilter Films y Amazon con Fallout, esta vez como espectador. Y aunque ellos tampoco lo han tenido fácil para intentar acotar tres décadas de juegos e historias en el Yermo, Fallout ha logrado pegarme a la pantalla y ha trascendido la clasificación como adaptación para ser una estupenda serie de ficción de alto presupuesto que vuela sola.
Jonathan Nolan y su magnífico equipo, como decía antes, no lo han tenido nada fácil, porque a diferencia de la otra gran adaptación televisiva de un videojuego de los últimos tiempos como es The Last of Us, aquí no había una construcción de personajes previa, porque los protagonistas de Fallout siempre han sido un avatar del propio jugador. Sin embargo, el conocimiento y el cariño por los juegos han hecho que todo el que vea a Ella Purnell, Aaron Moten o Walton Goggins en pantalla se descubra recordando algunos momentos similares en su partida. Y eso los que hemos jugado, porque el otro punto donde Fallout da en el blanco es en hacer accesible un mundo tan complejo, brutal y carismático como el suyo a los espectadores que nunca sostuvieron un mando o un teclado.
La serie comienza a fuego lento, mostrándonos una próspera América distópica en la que la energía nuclear se desarrolló de forma mucho más rápida tras la Segunda Guerra Mundial, y tecnologías como los robots asistentes, cirugías reconstructivas o armamento puntero avanzaron mucho más rápido a la mentalidad, la vestimenta o la cultura. Por eso escuchamos temas de The Ink Spots, Nat King Cole o Roy Brown mientras vemos vehículos impulsados por células de fusión o a un robot Sr. Mañoso sostenerse suspendido en el aire mientras sirve una Nuka Cola bien fría a su amo. Sin embargo, este sueño americano vive bajo la creciente amenaza de una guerra nuclear con China, y parece que la caza de brujas de McCarthy sobrevive también en el otoño de 2077. Todo son sonrisas, pasteles de cumpleaños y barbacoas hasta que, de pronto, una luz cegadora ilumina la pantalla, y un enorme hongo atómico consume la ciudad de Los Ángeles. Y entonces aparece otro, y otro más.
Fallout quiere explorar el mundo postapocalíptico lanzando desde el principio la pregunta de ¿cuál sería la mejor forma de reconstruir la civilización? ¿Será como confían los habitantes del Refugio 33 de la compañía Vault-Tec, que viven felices bajo toneladas de plomo y acero y se ven como los salvadores de la escasa humanidad del exterior? ¿Será como impone la Hermandad del Acero, mediante la supremacía militar y la vida castrense? ¿O será la anarquía y la ley del más fuerte, como vemos con el personaje de El Ghoul? (parece que el término necrófago no se ha adaptado esta vez).
La respuesta, evidentemente, es mucho más gris de lo que en un principio intuye el espectador, y a lo largo de los ocho episodios de una hora las líneas y límites que delimitan tu moral y hasta donde llegarías por sobrevivir se van retorciendo y doblando hasta resquebrajarse, lo mismo que tu idea sobre la confianza, la sinceridad y la lealtad. Y el casting se echa ese peso sobre sus espaldas con gran acierto.
Aunque los tres tienen un desarrollo en pantalla más o menos similar, no cabe duda de que Ella Purnell y sobre todo, Walton Goggins se roban por completo el show. El caso de Goggins es, si cabe, de mayor mérito que el de la joven moradora del Refugio Lucy MacLean, porque su personaje sirve como puente entre el mundo antes de las bombas y el actual, y su registro en esos más de 200 años de vida es tan amplio, tan rico en detalles y tan descarnado como su propia piel. Posiblemente sea el mejor trabajo protagonista del actor, que sin duda merece desde ya una nominación al Emmy. Ella Purnell sí sigue un sendero más visible en su viaje del héroe, y aunque Aaron Moten cumple bien, su presencia en pantalla sin una servoarmadura T-60 no es tan impactante como la de sus compañeros, aunque cumple bien.
Y ya que hablamos de armaduras de combate, Refugios y todo aquello, el otro gran punto a favor de la serie es lograr que realmente te creas lo que estás viendo en pantalla. Los juegos de Fallout siempre han tenido una estética tan marcada y diferencial que a poco que vieras un sencillo rostro sonriente con el pulgar en lato sabías que era Vault Boy. Amazon tenía que hacer un all-in tanto en presupuesto como en producción si quería convencer al público, y vaya si lo consigues. Además, es fácil detectar cuando de repente todo cobra sentido, que es a la media hora de empezar el primer episodio, desde ahí, y en el momento en que deja de buscar la referencia intencional con carteles u objetos en pantalla, todo se siente como una experiencia genuina que podríamos encontrar en cualquier juego de Fallout. Y está lleno de referencias, guiños y tramas que en buena parte beben de las que ya hemos jugado, así que no todo es tan original en esta historia, aunque sí está bien entrelazado.
Quizá hay momentos en que el ritmo de la narración pierda un poco el paso por tener que atender a varias tramas simultáneas, pero al final Fallout deja un magnífico sabor de boca en casi todos sus episodios. Los personajes secundarios recurrentes como Steph, Norm o Hank también tienen sus momentos brillantes, y la música, el humor sarcástico y sus secuencias de acción convierten a Fallout en una de las mejores adaptaciones de videojuego de la historia, y sospecho que en uno de los éxitos para televisión más importantes de 2024. Y ya estoy deseando ver hacia donde nos lleva ese prometedor final de temporada.