Enciendes la PS3, te vas a la Store y te compras el Rocketbirds: Hardboiled Chicken con ganas de freír pollos. Te pones a jugar y una espectacular intro a modo de videoclip musical te recibe, dejándote con el pico cerrado. La banda sonora te hace que cojas el mando y subas el volumen de la tele, el mando te pica en la mano...
La cosa promete, te pones a jugar y nuevamente otro shock te sacude: escenarios con un scroll parallax de enorme calidad se muestran, pintando sprites grandes y espectaculares. Avanzas y... la cosa se va desinflando poco a poco. La acción se vuelve repetitiva, las actuaciones no son muy variadas y los enemigos son poco más que pájaros cabeza de chorlito en los que no encontrarás demasiada resistencia. Pero, de repente, nuevamente la historia y su increíble estética te atrapan.
Estamos ante un juego que es como el amor: al principio te engancha de forma irresistible, posteriormente la cosa decae por la rutina y al final todo puede arreglarse con una bonita y apasionada reconciliación llena de balas, sangre y pingüinos muertos. ¡Oh, sí!
La historia nos ubica en Albatrópolis, una ciudad tomada por unos pingüinos liderados por un lunático déspota llamado Putzki. En el papel de Hardboiled, debemos acabar con esta invasión de pingüinos, ¡malditos pingüinos! Nos encontraremos con una trama dividida en 15 capítulos, de una extensión no muy larga cada uno. Este es uno de los puntos más flojos del título, la duración: en tres o cuatro horas te lo habrás terminado, y es una pena, pues te deja con gamas de más. Siempre quedan los objetos coleccionables a modo de vídeos y el modo cooperativo, que lo tiene y se agradece.
El desarrollo es sencillo, demasiado. Tú y tu pimpollo deberéis terminar unos niveles configurados en forma de pequeños laberintos con llaves escondidas y puertas que abrir. Los niveles te obligan a pasar varias veces por el mismo sitio para alargar artificialmente un poco la duración, por lo que te sentirás como un pato mareado. Objetos como la mina de control mental aportan algo de variedad al principio, pero después se vuelven demasiado obvios. ¿Tus habilidades? Pocas. Ocultarte en según qué paredes, agacharte, empujar cajas y disparar mucho, muchísimo. Eso sí, dispondrás de varias armas con munición común entre todas.
Cada tanto darás con niveles donde deberás acabar con zepelines gracias a tu jetpack. El objetivo es eliminar las defensas de estos grandes globos e inmediatamente destruirlos desde dentro. Estas misiones aportan variedad al título, pero como el resto de la acción son demasiado repetitivas en su transcurrir, variando prácticamente sólo en la cantidad de globos a derribar.
El nivel técnico es muy alto en los escenarios y sprites, pero las animaciones resultan ortopédicas y rígidas. Es una lástima especialmente el caso del salto, que es preciso pero parece que no estás saltando bien cuando sí lo habías conseguido.
La banda sonora encargada a la banda de Los Ángeles New World Revolution le sienta como anillo al dedo, acompañando la acción intensificándose en los momentos de trifulca y balacera. En este apartado, salvo por unos efectos de sonido algo regulares y poco inspirados, el trabajo merece un batir de alas. Donde la BSO tiene mayor presencia es en las escenas animadas, donde a modo de video musical la historia fluye y descubre el origen de los enemigos y de los propios protagonistas, descubriendo una sorpresa sobre su pasado.
El modo cooperativo enfoca de otra forma la acción, recurriendo a la colaboración entre jugadores como principal baza, sobre todo con el movimiento de subirse uno sobre otro. A cambio, elimina algunas habilidades como la voltereta, la ocultación en paredes o la posibilidad de coger cajas. Da la opción de escoger entre varios personajes, donde la principal diferencia es el arma que portan y poco más. La historia en este modo también se ve afectada y no sigue el hilo de la campaña principal, ofreciendo otra trama distinta y menos épica. ¿Lo mejor del cooperativo? La oportunidad para volver a disfrutar del encanto visual del juego.
En el origen como juego de navegador podemos decir que encontramos el mayor problema de Rocketbirds: Hardboiled Chicken, pues en su paso a sobremesa algunos elementos se han quedado demasiado Adobe Flasheados®. En definitiva, se trata de un juego para disfrutar en pequeñas dosis, que te gustaría que hubiera sido más largo y con acabado un pelín más perfeccionista. Pero sin lugar a dudas es un título donde lo malo, que lo tiene, pasa casi desapercibido porque sus bondades son mucho mayores que sus fallos.
Al valorar este juego, no debemos olvidar su precio de 8,99€. Si costara algo más, esa nota final bajaría un punto, pero por este precio... ¡disfrútalo! Te llevas un buen rato a base de balazos y pollos con jetpacks destripándose, además de un modo cooperativo donde poder compartir semejante carnicería a ritmo de rock.