Austin Butler, Jodie Comer y Tom Hardy en una película sobre una banda de moteros cada vez más violenta en el Medio Oeste estadounidense. Como argumento, no hay mucho aquí que no me emocione y me llene de expectación desenfrenada, y también es precisamente esto lo que me dejó con un poco de sabor amargo en la boca después de sentarme en The Bikeriders una historia de menos de dos horas.
Esta película es, en una línea similar a los anteriores esfuerzos del guionista y director Jeff Nichols, un poco un estudio de personajes más que otra cosa. Se trata de una adaptación del libro homónimo de Danny Lyon que sigue los acontecimientos de la Vandals Motorcycle Club y documenta cómo pasaron de unos comienzos humildes y bastante honestos a convertirse en la cúspide del crimen del Medio Oeste con innumerables miembros. La cinta explora esta carrera de aproximadamente ocho años centrándose en tres personajes principales: Johnny, el fundador del club interpretado por Hardy, Benny, el joven miembro alocado y en alza interpretado por Butler, y Kathy, la amante de Benny y la mujer que ve claramente cómo el club pasa de ser una familia a un sindicato del crimen. Estos tres personajes están increíblemente detallados y bien definidos, pero también les falta un poco de energía, lo que dificulta el ritmo de La ley del asfalto.
No me malinterpretéis, esta película está maravillosamente interpretada, con actuaciones matizadas y de calidad encabezadas por el trío protagonista, pero tampoco ofrece mucho más. La historia tiene sus momentos, sobre todo cuando la banda alcanza sus puntos de inflexión clave hacia su futuro criminal, pero también le cuesta captar la atención del espectador durante toda su duración. Para una película que es objetivamente, en los tiempos que corren, bastante corta para ser un drama, esta película parece eterna, y quizá se deba al hecho de que realmente ocurren muy pocas cosas o a que, más allá del trío central de personajes, no hay realmente una historia que merezca la pena contar o seguir. En cualquier caso, Bikeriders muestra claros problemas de ritmo, problemas que no puede salvar el reparto demostrando su excelencia.
En particular, es Comer quien destaca entre los demás. Butler está bien como Benny, pero también presenta el mismo tipo de interpretación que hemos visto antes del actor, en la que presenta a un tipo silencioso pero melancólico por el que se desmayan las damas. Lo mismo puede decirse del Johnny de Hardy. Si has visto su interpretación de Kray Twins en particular, sabrás que Hardy rara vez decepciona aquí, pero también ofrece la misma interpretación ruda pero dominante de un personaje, aunque con acento de Chicago por encima. Comer es la estrella del espectáculo. La reina de los acentos, como ha sido apodada, presenta al individuo más creíble y real de todo el reparto y, aunque la historia no trata de Kathy, te sientes más cautivado por el relato que hace esta mujer de los acontecimientos y de cómo percibe la caída en desgracia de los Vándalos. Este es el mundo de Comer, y nosotros vivimos en él.
Aprecio que se trate de un drama de pura sangre, sin necesidad de efectos especiales ni pantallas de chromas verdes/azules. Se trata de un trabajo de rodaje en el que el reparto se limita a hacer lo que mejor sabe hacer, y Bikeriders lo consigue con creces. Pero tampoco es la más fácil de ver. Tiene que haber algo más que masticar, porque de lo contrario te costará mantener la concentración antes de que acaben los créditos. Parece que Nichols también se enfrentó a algunos problemas con la presentación de algunos de los elementos centrales de la historia, ya que tal vez el mayor y más importante acontecimiento de toda la película se presagia enormemente y luego no sorprende cuando llega. Esencialmente, se le quita fuerza al golpe antes de que caiga.
Pero en general, La ley del asfalto es un drama perfectamente correcto. No te sorprenderá ni te dejará boquiabierto, pero hay elementos, sobre todo relacionados con las interpretaciones, que destacan e impresionan. En una época de efectos especiales bastante sucios que engullen y abruman el cine, esto es un poco de aire fresco, aunque no acabe de romper.