Tengo que reconocer que este vídeo de 10 minutos de hace un mes me "vendió" por completo The Last of Us: Parte I. La descripción de las novedades y mejoras en PS5, junto al recuerdo de algunas de las escenas más míticas del clásico de Naughty Dog, fueron más que suficientes para generarme la necesidad o la excusa para volver a vivir la primera aventura de Joel y Ellie. ¿Necesidad o excusa, dices? Entre estos términos y otros parecidos se encontrará siempre la valoración de esta nueva versión de la obra maestra de 2013 para PS3, la tercera tras el juego Remasterizado que pasó por PS4.
Mirándolo todo con cierta perspectiva objetiva, queda patente que estamos ante la edición definitiva de uno de los mejores juegos de la historia. The Last of Us fue una de las obras más trascendentales de la década pasada, uno de esos lanzamientos que redefinen los géneros y que cambian por completo los esquemas de estudios y publicadoras -en este caso Naughty Dog y PlayStation Studios de Sony- para subir el listón en asuntos como la producción de calidad peliculera o el diseño de juego de lo que conocemos como aventuras de acción cinematográfica. Hasta aquí todo correcto; pocos juegos se merecen más una edición a la altura de cada generación.
Parte I, hábilmente subtitulado así para quedar bien junto a Parte II en una dilogía moderna, aprovecha el hardware de PlayStation 5 para ofrecer, sin duda, una experiencia mejor y más bonita. No será el juego más espectacular del catálogo porque los límites y restricciones en asuntos como la escala o los trucos para ahorrar recursos siguen ahí a la fuerza, pero es un evidente salto gráfico respecto al original y a la restauración de PS4. Luces, texturas, efectos y, sobre todo, modelados de personajes y expresiones, hacen que pueda compartir estantería con su secuela sin despeinarse ese pelo tan realista.
Como el original se iba desplegando poco a poco para mayor impacto, y como tus ojos están ya bastante acostumbrados a la generación actual, en este pasa algo parecido: no es hasta que han pasado un par de horas que te empiezas a dar cuenta de la fidelidad audiovisual añadida. Por ejemplo, cuando Joel se deja caer en el sofá para echar una siesta rápida o cuando sale con Ellie por vez primera al mundo exterior, con ese aguacero que se siente más que nunca en la pantalla, en la vibración háptica del mando DualSense, y en el sonido envolvente (aunque en esto último sigo teniendo mis quejas sobre la política de Sony con Dolby Atmos, canales superiores y simulación de audio 3D en auriculares).
Sin embargo, tampoco hace falta llevar puestas las gafas de la nostalgia para recordar que The Last of Us ya era un absoluto espectáculo en PS3. Pasaos por cualquier walkthrough o video análisis de hace nueve años y veréis algo más plano, sí, pero cuya animación, camarografía y escritura siguen intactas. El original era tan atemporal en esas cualidades que, junto a la remasterización para PS4 relativamente reciente, hace que la diferencia con Parte I se note... pero no tanto.
Pero el principal problema no es audiovisual, faltaría más, sino a nivel de juego. A falta de retoques relevantes en el sistema para marcar la diferencia, lo que vas a hacer y cómo lo vas a hacer sí que es igualito a lo que ya existía, y esto puede desconectarte de la experiencia, incluso darte pereza o hacer que te lo tomes menos en serio esta vez, actuando más a lo Rambo. Los momentos más ridículos de escolta siguen ahí (cuando vas con todo el cuidado en sigilo pero Ellie pasa por delante de los infectados como Pedro por su casa), la IA de los enemigos que dicen mejorada no lo es tanto y sigue provocando encuentros de ratón y gato bastante anticuados, volverás a matar cincuenta veces al mismo corredor (con la misma cara) y si has jugado hace poco a Parte II te acordarás cada dos por tres de su mayor escala, de los elementos de supervivencia ampliados o incluso de los combates más tensos. Es una comparación injusta, lo sé, pero podría decir que con el despliegue gráfico canta más.
Curiosamente, también pasa a la inversa. The Last of Us Parte I sigue siendo mejor que Parte II en algunas cuestiones de ritmo y narrativa. La escritura, el guion, funcionarían hoy igual de bien para un juego o película contemporánea, y de hecho es tan buena que supone un reto mayúscula para la adaptación de Druckmann y Mazin a HBO. Aquí no hay relleno alguno ni mayor pretensión, y lo cierto es que algunos personajes ganan muchísimo con los modelos renovados que se acercan más a los actores originales. Tess, va por ti. Por descontado, poner a esos nuevos modelos en entornos más elaborados y con iluminación más fina hace que todas las escenas sean más poderosas, incluso cuando ya las has vivido un par de veces.
Porque aquí hemos venido por eso, para revivir o descubrir una de las mejores historias sobre la naturaleza humana. Está bien que los chasqueadores se vean más guapos que nunca, que hayan añadido unas estupendas opciones de accesibilidad (gracias por el tamaño de los subtítulos) y, en general, que el software aproveche un sistema mejor en todos los aspectos para renovar la experiencia.
Sin embargo, llega la hora de la verdad y conviene volver a la incómoda pregunta del inicio y a esas otras que llevan unas semanas dando vueltas. ¿Hacía falta The Last of Us: Parte I? No, para nada, pero se lo merece y la serie queda más homogénea con esta dilogía en PS5. ¿Hay tanta diferencia? No, por regla general los juegos basados en la cinematografía envejecen peor, pero esta es una de las excepciones de la regla: el guion era tan inmaculado y todo lo demás, tan adelantado, que el original o el Remasterizado siguen jugándose perfectamente, máxime cuando aquí no hay cambios sustanciales a los mandos. Entonces, ¿debo comprármelo con ese precio completo de 80 euros? Si eres un fan acérrimo o coleccionista, ya sabes la respuesta porque esta es la edición definitiva. Si eres un primerizo y te llama mucho, también te llevarás una mejor primera vez. Para todos los demás que ya jugaron o con mera curiosidad, deberíais probar el Remasterizado de PS4.