Smile no necesitaba realmente una secuela. La extraordinaria película de terror de 2022 dirigida por Parker Finn recaudó alrededor de 217 millones de dólares en las taquillas. Este éxito nos sorprendió a todos por el bajo presupuesto que tenía la cinta, ya que se usaron solamente unos 17 millones de dólares en su producción y marketing. Smile se defendía por sí sola, tenía un final bastante satisfactorio y, al menos a mí, no me pareció el principio de una serie, sino un proyecto individual que funcionó inesperadamente bien.
La primera entrega giraba en torno a la psicóloga Rose y sus enfrentamientos cara a cara con un demonio que asesinaba a sus víctimas de forma muy peculiar (poniéndoles una sonrisa siniestra en la cara para después hacer que se suicidaran). Sin embargo, la segunda se centra en la estrella del pop Skye y las dificultades que tiene para sobrellevar toda su fama, sus fans enloquecidos, sus calendarios de gira poco realistas y su madre haciendo de representante con más sed de dinero que el Tío Gilito. Skye tuvo un accidente de coche y, después de pasar por una cirugía, se hizo adicta a los analgésicos. Para conseguir más pastillas, visitó a su camello que, por desgracia, pone al demonio sonriente tras ella y, antes de que la pobre Skye pudiera siquiera darse cuenta, la maldición ya había caído.
A partir de ahí, la trama pasa a ser una crítica sobre el lado negativo de ser una estrella (sin entrar en detalles ni profundizar en el problema), cosa que se queda algo corta. A esta crítica se le suma una historia predecible sobre el aislamiento a causa de una enfermedad mental, ya que Skye empieza a ver por todas partes el demonio sonriente, mientras que la gente que la rodea no lo percibe. Por eso, sus encuentros con fans, directores de discográficas y otras celebridades se vuelven cada vez más irracionales y caóticos.
A nivel audiovisual, el metraje nos deja una sensación de simplicidad de manera muy efectiva y esto también sucedía en las escenas de la primera entrega. Sin duda, creo que sigue funcionando muy bien. Toda la película en sí es fría. Tiene colores fríos. Predomina el gris o el blanco. O incluso el negro. Hay escenas muy buenas y algunas que incluso consiguen hacernos saltar de nuestros asientos del susto. La actriz que dio vida a Jasmín en Aladdín, Naomi Scott, ha sabido meterse en la piel de un personaje al más puro estilo de Lady Gaga como es Skye Riley. Aun así, creo que esta intérprete no ha llegado a transmitirnos el miedo y la angustia de su personaje tan bien como lo hizo la talentosa hija de Kevin Bacon, Sosie Bacon, en la primera película.
No es que Smile 2 sea un desastre, pero tampoco es realmente buena en ningún momento. En general, da la sensación de que simplemente se repite la historia, como si no hubiera más ideas con sentido, aparte de las que ya se usaron en la primera película. No me he asustado ni me he inquietado tanto con las escenas de tensión como con Smile (2022). Todo lo contrario, los sustos se veían venir de lejos. Por eso mismo, creo que aprueba por los pelos.