Ya nada es intocable. Al igual que muchos iconos de la infancia, bien sea Mickey Mouse, Bambi y/o Winnie the Pooh, los adorables ponis con cuernos y arco iris que son los unicornios también están recibiendo una horrible adaptación al cine de terror. Se trata simplemente de otro sangriento cambio de imagen con Death of a Unicorn, que plantea la pregunta: ¿Qué pasaría si un padre y su hija atropellaran accidentalmente a un unicornio, y su cuerpo resultara brillar literalmente con potencial capitalista y milagrosas propiedades curativas? Algo que el director Alex Scharfman intenta por todos los medios responder en su debut como director, que nos lleva a un viaje salvaje y sangriento, lleno de codicia, explotación científica y criaturas vengativas de cuento de hadas.
La premisa es puro oro de A24, aunque todo empiece un poco lento. Paul Rudd con su habitual y, sinceramente, ya bastante gastado numerito de "padre guay", que junto con su sarcástica hija adolescente interpretada por Jenna Ortega se estrella contra un unicornio con un coche de alquiler, lo que resulta tan hilarantemente estúpido como entretenido, algo de lo que la película es muy consciente. Hay distanciamiento, humor y un claro deseo de tomar su estrambótico concepto de película de serie B y adentrarse en el absurdo.
Pero es un poco lenta. El ritmo está ausente y Scharfman va a tientas. Tras este explosivo comienzo, se nos presenta a la familia Leopold, un grupo de imbéciles multimillonarios realmente antipáticos formado por el magnate farmacéutico moribundo Odell, su falsa esposa y su miserable hijo fracasado con la personalidad de un muñón. El padre y la hija, Elliot y Ridley, tratarán de congraciarse con este grupo poco corriente, lo cual no es necesariamente lo más fácil cuando en el maletero del coche se esconde una criatura mítica asesinada.
El cadáver del unicornio, que por cierto se niega a quedarse quieto, se convierte también en el punto central de la película cuando sus propiedades mágicas hacen que la empresa farmacéutica vea signos de dólar. Sobre todo por instigación de la familia Leopold, que ve una oportunidad temprana de explotar esto para obtener beneficios económicos. Lo que sigue es un guiño no tan sutil a la industria farmacéutica, la codicia y la capacidad de la humanidad para (intentar) sacar provecho de todo. Y no puedo negar que aquí hay cierta brillantez que, en manos más capaces y experimentadas, podría haber sido algo extraordinariamente especial. Pero en alguna parte da la sensación de que Scharfman no tiene las agallas suficientes, o no sabe qué hacer con su genial contribución al guion.
La sátira simplemente no aterriza, y Death of a Unicorn baila entre querer transmitir algún tipo de crítica social torpe y muy obvia, y escandalizar. Sobre todo cuando la familia del unicornio decide vengarse brutal y sangrientamente de los implicados. Es divertido y entretenido, pero también ligeramente frustrante y, en última instancia, parece un potencial desperdiciado.
Hay que decir, sin embargo, que Ortega lo hace bien aquí, equilibrando su papel con sarcasmo y vulnerabilidad a partes iguales. Junto con Rudd, no solo se convierte en el ancla emocional de la película, sino que también contribuye a una dinámica inesperadamente bien engrasada, aunque lamentablemente Rudd está bastante infrautilizado en Death of a Unicorn. Will Poulter como Shepard Leopold también destaca con su carismática y excéntrica interpretación de un heredero (muy) mimado. Las escenas con él suelen ser de las más caóticas y divertidas.
Menos convincentes son muchos de los efectos especiales de la película, en los que una mezcla de CGI artificioso y una iluminación deficiente, sobre todo en los unicornios, hacen que toda la credibilidad salte por los aires y, en el proceso, desgraciadamente arruinan gran parte de la emoción. Por supuesto, esto puede explicarse en parte por el presupuesto relativamente ajustado de la película, pero de algún modo sigo pensando que podría haberse evitado. Pero incluso el diseño de los decorados es un poco extraño, no necesariamente feo, solo desentona tonalmente, con muchas escenas que parecen compuestas por el primo gótico de Wes Anderson, repletas de simetría, extraños colores pastel, y una pizca de romanticismo terrorífico.
El problema general de Death of a Unicorn no son tanto sus diversos componentes, sino que parece más un planteamiento que una película acabada. Está claro que Scharfman quiere hacer muchas cosas, y la película grita literalmente "mírame, escúchame", como si fuera una personificación de la mismísima Lisa Simpson. Y agradezco la ambición, porque Death of a Unicorn nos da atisbos de algo brillante, pero al final ahoga su propio simbolismo sobrecargado.
Dicho esto, sigue mereciendo la pena ver Death of a Unicorn. La extravagante premisa y el humor son suficientes para entretener, y la película luce con orgullo el habitual absurdo característico de A24. Aquí hay algo -una chispa, una idea, un corazón-, pero es difícil captarlo del todo. Ortega está brillante, al igual que Poulter, y la película nunca es aburrida. Eso sí, no esperes quedar hipnotizado.