Durante toda la historia de la humanidad, nos hemos preguntado si estamos solos en el universo. Nuestro instinto nos impulsa a creer que hay algo más ahí fuera, muchos lo canalizan en forma de Fe, mientras otros se agarran a lo que la ciencia todavía no puede explicar pero tampoco desmentir, porque el universo es tan vasto que es estadísticamente improbable que no haya vida inteligente ahí fuera.
Pixar, expertos en escribir películas tan entretenidas como emotivas partiendo de metáforas o imágenes mentales muy concretas, lo hace ahora con la frase tantas veces oída de "¿estamos solos en el universo?" para responderla de forma literal, como motor de una historia sobre la soledad. En concreto, la de un niño de once años que lo pierde todo, y se aferra tanto a la idea de que "no estamos solos" que cree que solamente en el universo encontrará su respuesta. Y decide forzar con todas sus fuerzas ser abducido por alienígenas. Que su tía trabaje en la NASA (de nombre y logo genérico aquí) ayuda un poco...
Es un simbolismo muy bien tirado, fácilmente entendible pero menos forzado y evidente que las mezclas de sentimientos de Inside Out o los elementos opuestos de Elemental. Confieso que he tenido ciertos problemas con muchas de las películas recientes de Pixar: la sucesión de Inside Out (1 y 2), Soul y Elemental, de tan abstracta que era me acaba resultando predecible y repetitiva. Detrás de todo lo que los anglosajones llaman "high concept", que a menudo significa puro artificio, mucha fachada y poca chicha, había historias muy humanas. Son muy buenas películas, pero tanto simbolismo y tanto derroche de ingenio me acababa atragantando.
Las otras películas de esa época que huían de conceptos tan ambiciosos (¿y si los sentimientos/elementos/almas tuvieran conciencia propia?) tampoco se andaban con remilgos en sus metáforas, como el sireno de Luca o el panda rojo gigante de Turning Red, pero al menos no aturullaban tanto visualmente y ponían los pies más en la tierra. Dichas cintas se parecen más a Elio, aunque suene paradójico porque la película literalmente despega los pies de la Tierra durante gran parte del metraje. De hecho, el Comuniverso, que es donde transcurre la parte espacial de la película, una especie de Naciones Unidas con razas de todo el universo, parece más el mundo de los sueños, con aliens de formas diferentes, la mayoría parecidos a criaturas marinas... aunque la mayoría de personajes secundarios resultan un poco olvidables, todo sea dicho.
Domee Shi, directora de Turning Red, es codirectora aquí, aunque en realidad el principal autor de Elio es de Adrián Molina, guionista de Coco, que se ha basado en su propia solitaria infancia vivida en campamentos militares para escribir al niño que, incapaz de conectar con nadie, pide ayuda a las estrellas. Exactamente igual que Lilo en Lilo y Stitch, que muchas familias que vayan a ver Elio este verano tendrán fresca por el reciente remake, y con la que comparte no pocas similitudes narrativas y temáticas, cambiando a la hermana mayor por la tía, aunque sus conflictos son prácticamente los mismos. Seguramente, demasiadas similitudes, aunque Pixar, por supuesto, tira más por los sentimientos que por el humor slapstick y seguro que gustará más a los padres... quizás no tanto a los niños, porque no tiene tanto humor ni aventura.
Además, en vez de hacer un Stitch súper adorable con el que vender muñecos, el amigo que hace Elio en la película es una especie de larva gigante mucho menos agraciada, pero con mucha más personalidad, enfrentado con su padre (cuyo diseño me recuerda mucho a Waternose de Monstruos S.A.) y que ofrece la "cara B" del conflicto entre Elio y su tía para profundizar en el tema de la paternidad como Pixar no lo hacía desde Buscando a Nemo. Elio se siente solo, pero también su tía Olga, que lo tiene que sacrificar todo por su sobrino y tiene también derecho a sentirse descorazonada y perdida, igual que Nani en Lilo y Stitch.
De nuevo, Pixar no descuida a los personajes adultos porque sabe que sus películas sirven para afianzar los vínculos familiares entre todos los espectadores, y que muchos todavía se toman los viajes al cine como terapias familiares buscando algo más que desconectar el cerebro un rato o una excusa para huir del calor.
Así que sí, Elio tiene sus puntos emotivos, al menos dos escenas (dos planos en concreto parece hechos expresamente para, como mínimo, hacernos cosquillas en el corazón), aunque no pasará a la historia como las más lacrimógena de Pixar. Tampoco la más original, y ciertamente en el plano visual no destaca mucho, pero después de años rompiéndose el coco por ver a quién se le ocurría la metáfora más loca, está bien que hayan sido mucho más textuales esta vez. ¿Estamos solos? No, no lo estamos, aunque a veces no nos demos cuenta.