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Ready Player One

Ready Player One

Una declaración de amor para los amantes de la cultura pop de los 80 y los 90 y para los videojuegos.

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La vía de escape de todas las miserias de la vida. Oasis es el lugar en el que puedes encontrar la paz, un mundo en el que el único límite es la imaginación, en el que escoges quién quieres ser y cómo quieres integrarte en él, incluso esa persona que no te atreves a ser en el mundo real. Puede que esta presentación os recuerde mucho a la de un jugador que, con el mando en la mano, decide vivir una vida alternativa en uno o varios universos hechos de datos y recreados en píxeles o polígonos. Así es como nació la primera novela del escritor y guionista estadounidense Ernest Cline, Ready Player One. Es un trabajo que revela su fascinación contemporánea por todo lo que se engloba dentro de esa gran etiqueta que es la cultura friki. Una forma de ser en expansión que ha calado en el alma de los amantes de esas experiencias virtuales, fantásticas e intangibles que han hecho de los videojuegos uno de los medios más fascinantes y polémicos de los últimos 30 años.

Cline nunca rechazado esta etiqueta y tanto su libro, como la película que llega ahora escrita por él mismo y Zak Penn, lo espolean todo lo posible. Pero lo hace sin dar la impresión de que no es más que un producto construido para satisfacer esa tendencia que se ha puesto de moda, al menos en un grupo de la juventud. Los pilares culturales en los que se basa la obra son transparentes, como también lo son en su adaptación a la gran pantalla. Y para sacar adelante esta operación encontramos a uno de los pocos directores que podría aceptar el reto de satisfacer a tanta gente, Steven Spielberg. Nadie mejor que él, que ha sido niñero de esta generación con sus películas de los años 80 y 90, que ha contribuido a dar voz a una cultura marginada y vista con desdén y sospecha, que ha permitido que tantos espectadores den forma sólida a lo que antes era solo imaginación.

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Dinosaurios, alienígenas, arqueólogos sin despacho, piratas... y hasta Nunca Jamás. Todos esos sueños e ilusiones que la sociedad adulta nos ha obligado a reprimir, sin rechistar, para seguir el camino de la madurez alienada se convirtieron desde el principio en algo que Spielberg tenía que rescatar. Y eso es precisamente lo que este oscarizado director ha vuelto a hacer. Porque Ready Player One hace exactamente eso: habla a la cara con una generación de soñadores, sin límite de edad, que encuentran refugio ante sus miedos y su ansiedad en la realidad impalpable de los videojuegos. Una oportunidad para desconectar de las frustraciones del día a día y de la represión para sentir fuerza y poder, o compasión y pensa, o sencillamente diversión. Sin complejos pero con los pies en la tierra. La película no es una apología de una sociedad irresponsable e incapaz de vivir en el mundo real, incluso todo lo contrario, es una advertencia sobre lo importante que es vivir la vida y hacerlo con magia y con personalidad, sin olvidar valores como el amor, la amistad, la lealtad o la justicia.

El escenario es un futuro distópico como tantos otros que hemos conocido en nuestra vida de jugadores. El protagonista de Ready Player one es Wade Watts (Tye Sheridan), un joven tímido que está loco por los videojuegos y por la cultura de los años 80 de la que solo tiene referencias por lo que ha podido ver y leer. En el 2045 la Tierra y sus civilizaciones han ido a peor por las guerras, la pobreza y por las crisis energéticas. Pero ese mundo real, feo e invivible tiene escapatoria, un universo virtual llamado Oasis al que prácticamente todo el mundo puede acceder. Su creador, James Donovan Halliday (Mark Rylance) inventó esta plataforma abierta en la que la gente se transforma en su avatar y que acabó por absorber a su interior a las sociedades completas: no solo ocio, también formación, relaciones y trabajo.

Él sí fue un auténtico friki de la época, uno de los genios incomprendidos de los albores de la computación. Al morir, dejó una última simulación en marcha: la caza por todo Oasis de un tesoro incalculable, su fortuna y la propiedad de la plataforma. En definitiva, dinero y poder para manejar el mundo. Un suculento premio que atrajo también a las corporaciones que controlan las redes, como IOI. Es el punto de partida para una aventura coral divertida y emocionante en la que varios personajes de calado se van cruzando entre el mundo real y el virtual hasta que las dos dimensiones comienzan a colisionar en un esperado final.

Sinceramente, Ready Player One no aportó mucho a la exquisitez literaria y la película tampoco es capaz de romper esa cadena que ata la obra a la normalidad narrativa. Pero es precisamente su linealidad y la fluidez con la que captura al espectador y lo arrastra hasta su interior lo que la hace grande. Porque, como en un RPG, te convierte en parte de la aventura junto a los Parzival Art3mis (Olivia Cook) y el resto de personajes.

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La dirección es muy responsable de ese destello de calidad que consigue que algo que en principio es vulgar rompa la mediocridad. Es fascinante comprobar cómo ha reinterpretado Spielberg el trabajo de Clive y, aún más, la existencia global del videojuego. Durante años hemos escuchado, leído y también dicho que nuestra industria se ha inspirado en la del cine, ha crecido siguiendo sus pasos a medida que la tecnología lo ha permitido. Aquí ocurre justo lo contrario, porque en esta exposición el film toma todo lo posible del videojuego más allá de la temática, recupera sus tiempos, su estructura narrativa a tirones, su ritmo no lineal. Nos fascina ver secuencias del mundo real tomadas bajo el mismo efecto de suspensión temporal que caracteriza a los vídeos cutscenes; ese momento de pausa para conocer a los personajes, empaparse de su historia y profundizar en sus pensamientos y sensaciones que se intercala entre fases de acción, de nuestro gameplay.

Así es como Ready Player One se convierte en una declaración de amor a los videojuegos, tanto como a la cultura pop de los años 80 y 90 en todas sus formas y definiciones. Es gracias al autor que tuvo tanto que ver con la formación de estos gustos y placer que atrajeron a la generación a la que se dirige este film. Más allá de algunos homenajes bien merecidos y ciertos guiños, algunos autorreferenciales como era de esperar, el último trabajo de Spielberg no se limita a seguir la moda de aferrarse a la nostalgia como tantos otros. En realidad, es una película que en sus tiempos, en su ritmo, en su narrativa y en su estructura ha absorbido todo lo que nos dieron la cinematografía y los videojuegos de finales del último cuarto del Siglo XX para devolverlos al presente con el peso y la importancia que se le ha negado durante tantos años.

Apoyándose en personajes interesantes y con la contribución excepcional del director que soñó hace tanto tiempo con mundos de fantasía, Ready Player One nos ha llegado hasta lo más hondo, haciéndose un hueco en nuestros corazones de videojugadores, justo en esa zona en la que mezclamos muy a propósito sueño y realidad. En ese instante en el que soñamos despiertos hasta sentir en la piel inocentemente un poco de magia mientras nuestra vida diaria avanza pidiéndonos que olvidemos que existe. Como Wade en Oasis, como Parzival en el mundo real.

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08 Gamereactor España
8 / 10
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