Con un pie metido de lleno en la mitología nórdica del siglo XIX, la mismísima respuesta de Noruega a Godzilla trepa y se abre camino a pisotones hasta lo mejorcito de la cultura popular. El troll se ha despertado y, a pesar de que hay claros paralelismos con The Troll Hunter (que ya tiene diez años), la nueva producción de Roar Uthaugh se acerca más a películas de monstruos más modernas y a la franquicia cinematográfica de Warner y Legendary Pictures, Monsterverse. Se prima el espectáculo a la narración y los personajes tienen una función casi como la de atrezo; caricaturas finísimas cuya existencia solo sirve para enmarcar al gigante protagonista de la película.
En un breve prólogo se nos introduce el personaje de Nora, que está haciendo escalada con su padre y juntos contemplan las cimas cubiertas de nieve, y se nos explica que las imponentes formaciones de piedra y hielo son en realidad criaturas ancestrales de una época pasada. Veinte años después, nuestra protagonista ha madurado y con la edad ha perdido la fe en lo sobrenatural y en la magia. Hace mucho que la relación de Nora con su padre se ha roto y ahora trabaja de paleontóloga en unas excavaciones en la costa de Noruega, muy lejos de antiguos cuentos populares, leyendas y de lo sobrenatural.
Sin embargo, cuando una fuerza elemental sin explicación alguna cobra vida durante una excavación de túneles y lentamente se arrastra hacia la capital, Nora se ve obligada a enfrentarse a su pasado de nuevo y a encontrarse con su excéntrico padre, amante de los bosques. La seguridad del reino de Noruega está en juego y la cuestión es qué o quién puede pararle los pies a la criatura de piedra y tierra que amenaza con arrasar el país. Hay varios intereses en claro conflicto porque, mientras el gobierno y generales belicistas quieren volarla por los aires, Nora y sus amigos están buscando soluciones cada vez más poco convencionales, y ¿qué es lo que quiere en realidad esta vengativa criatura?
No hay momento en el que no te preguntes; ¿qué pasaría si esto hubiese sido real?, ¿si estas criaturas de la antigüedad hubiesen salido de las montañas y de la tierra? Es una idea persistente y está repleta de posibilidades, cosa que el largometraje de Roar Uthaug también explora hasta cierto punto y establece las bases para ello. Sin duda, Troll no intenta reinventar la pólvora y es imposible ignorar la inspiración sacada del modelo oriental, pero a la vez, también es imposible ignorar cómo de lograda está aquí la verdadera conexión con la historia nórdica, en todo desde la manera en que los motivos e imágenes clásicas se hilan hasta el uso de "En la gruta del rey de la montaña" del compositor Edvard Grieg.
Además, Troll se ha librado afortunadamente de los trajes de goma y las ciudades en miniatura que aparecían en las películas de monstruos en el pasado. La producción de Roar Uthaug es elegante, ostentosa y tiene la cantidad justa de tiempo de escena para la bestia del título. El drama humano queda ingeniosamente casi relegado a un lado y se permite que el Troll y todo su rico trasfondo y mitología tengan toda la atención sin ninguna otra distracción real. Es simple, pero está hecha muy bien y tiene un planteamiento abierto de mente para este concepto que es casi imposible de tomarse en serio en cualquier nivel.
Hay un brillo visual y una empatía extraña por la bestia en el fondo que compensa de sobra por las carencias del guion. Porque, como debería ser, la bestia trepadora es con creces la mejor parte de la película, incluso en aquellas escenas en las que el ogro no aparece en pantalla. Aquí hay capas y matices que, a medida que extraen y se revelan, le dan un tono más y más melancólico al largometraje de Roar Uthaug, y hacen referencia a la forma en la que la modernización de la sociedad está erosionando las tradiciones y las culturas, algo que hace que el final de la película sea tan asombrosamente impresionante y sorprendentemente conmovedor.