El Reino Unido ha optado por un enfoque comedido en respuesta a la decisión de Estados Unidos de renovar los aranceles sobre el acero y el aluminio, a pesar de los enérgicos llamamientos de los líderes de la industria a tomar represalias.
El ministro de Comercio británico, Douglas Alexander, declaró recientemente que el gobierno no emprendería una respuesta precipitada, sino que se centraría en una estrategia tranquila y racional. "Lo que la industria británica necesita y merece no es una reacción precipitada", declaró.
Mientras países como Canadá y la Unión Europea se preparan para desafiar los aranceles anunciados por el presidente Donald Trump, la implicación del Reino Unido es menos significativa, ya que sólo suministra una pequeña parte de acero a Estados Unidos.
Sin embargo, persiste la preocupación de que estos aranceles puedan afectar negativamente al sector siderúrgico británico, pues se teme que el exceso de acero, como consecuencia de que los países reorienten sus exportaciones, pueda dar lugar a precios más baratos en el mercado británico.
El gobierno británico tiene previsto dialogar tanto con las empresas siderúrgicas como con los sindicatos, pero la oposición política advierte de que este momento podría marcar un punto de inflexión para la industria siderúrgica del Reino Unido. Por ahora, está por ver si este acto de equilibrio diplomático resultará eficaz.