A veces está bien tener una película que se atreva a ser ella misma, y el último experimento cinematográfico de la directora de Saint Maud, Rose Glass, Love Lies Bleeding, fue justo la patada refrescante que necesitábamos en este magro año para el cine. Al igual que el personaje de Kristen Stewart, nos enamoramos perdidamente del músculo venoso de la película, que da un giro retorcido tras otro con confianza, ofreciendo un thriller de venganza chorreante y sudoroso que mezcla el tono duro de los hermanos Coen, el empuje, la violencia excesiva y una fuerte dosis de esteroides. Una bestia cruda y surrealista de la que no podíamos apartar los ojos y que marcaba un pulso nervioso y de morderse las uñas tras su hipnótica superficie. Love Lies Bleeding era, en otras palabras, un sueño febril de mujer fatal que, en nuestra opinión, tenía todo el potencial para convertirse en un clásico de culto.
Cuando Alex Garland anunció a la prensa mundial, antes del estreno en cines de la película bélica Civil War, que se retiraba como director con esta película y que sólo pensaba continuar como guionista, muchos de nosotros iniciamos una especie de sombrío proceso de duelo. Esto se debe a que Garland ha demostrado con Ex Machina y ésta que no sólo es hábil a nivel técnico e inteligente en su narración, sino también absolutamente brillante en caracterizaciones creíbles e intensas y en una dramaturgia apasionante.
Con The Substance, Coralie Fargeat nos embarcó en un viaje vertiginoso que no sólo nos cautivó con su esplendor visual, sino que también se atrevió a contar una historia que iba directa al alma. Un guiño a la industria de la belleza y a Hollywood que nos sorprendió una y otra vez y nos atrapó con su férreo control. Nos encantó cómo los sutiles matices del guion nunca restaron inteligencia al público, por no hablar de cómo los imprevisibles giros nos mantuvieron al borde del asiento desde la primera escena hasta la última. Pero lo que realmente elevó La Sustancia fue el hecho de que el festín de terror corporal extra carnoso que roza lo cómico se sintió casi tan bien como La Mosca o Re-Animator.
Tras la aparición del primer tráiler, varios miembros de la redacción descartamos la nueva película de Chris Sander, de Lilo & Stitch, por considerarla una copia aparentemente pobre en ideas de Gigante de Hierro. Nada más lejos de la realdad. Robot Salvaje no sólo se sostenía por sí misma, sino que estaba empapada de una narración equilibrada, emocionalmente medida y lacrimógena, unos personajes fuertes, un humor acertado y una estética preciosa.
L A M E J O R
P E L Í C U L A
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Es justo decir que Denis Villeneuve ha vuelto a hacer posible lo imposible, y no nos referimos sólo a que haya conseguido adaptar al cine una novela increíblemente compleja; ha logrado que ir al cine sea más relevante que nunca. ¿Cuándo fue la última vez que lo pasamos tan bien en el cine, de verdad? Nuestra segunda visita a Dune nos cautivó por completo, porque aún no hemos podido desprendernos de Arrakis desde su estreno. Como en un sueño empapado de especias, recordamos el planeta desértico como si estuviéramos allí nosotros mismos, montando a Shai-Hulud, luchando con los oprimidos Fremen y siendo testigos de cómo una figura mesiánica cobraba vida. Mientras muchos otros estudios intentaban emular recetas cinematográficas manidas, Villeneuve siguió su propio camino con una ciencia ficción segura y digna, traduciendo la descarnada distopía de Frank Herbert con precisión y un profundo conocimiento de la filosofía del autor. Podríamos haber dejado que nuestro mayor fanático de Dune de la redacción, escribiera columna tras columna sobre la verdadera grandeza de Dune, pero baste decir que el título de mejor película del año era más que merecido.