Madrid se convirtió este sábado en el escenario de un ambicioso juego de poder cuando los líderes de la extrema derecha europea se reunieron en una cumbre de alto nivel, declarando su intención de redefinir el panorama político. Bajo el lema "Hagamos a Europa grande de nuevo", presentaron una visión de un continente gobernado por Estados soberanos, desvinculado de la influencia de Bruselas y de las políticas progresistas.
En el acto, organizado por el español Santiago Abascal, participaron figuras clave como la francesa Marine Le Pen, el italiano Matteo Salvini y el húngaro Viktor Orbán, todos ellos envalentonados por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, que saludaron como prueba de que la política nacionalista está en auge. El ambiente crepitaba de fervor mientras los oradores arremetían contra la inmigración, la ideología woke y la burocracia europea, enmarcando su movimiento como una "reconquista" histórica de la identidad cultural y política de Europa.
Le Pen y Orbán pidieron un drástico alejamiento de lo que describieron como la "agenda globalista" de la Unión Europea, mientras que Salvini defendió un retorno a las "políticas de sentido común" arraigadas en la soberanía nacional. Los gritos de guerra resonaron entre los 2.000 asistentes, muchos de los cuales ondeaban banderas nacionales y vitoreaban a una Europa que consideran asediada por las élites liberales.
Sin embargo, a pesar de la muestra de unidad, la alianza Patriotas por Europa sigue fracturada. Partidos nacionalistas clave como los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y el Partido Ley y Justicia de Polonia se han distanciado, recelosos de abrazar plenamente un bloque que sigue siendo controvertido incluso dentro del espectro de extrema derecha, y las divisiones internas plantean dudas sobre la capacidad de la alianza para consolidar el poder de cara a futuras elecciones.
Mientras tanto, el Partido Socialista, en el poder en España, rechazó rápidamente la reunión por considerarla un "espectáculo de la ultraderecha", argumentando que su influencia en la política europea sería limitada. Sin embargo, con los partidos de extrema derecha ganando terreno en varios países y el descontento público con los partidos tradicionales en aumento, el impulso del movimiento no puede ignorarse. Queda por ver si este impulso se traduce en un éxito electoral duradero.